martes, 10 de noviembre de 2015
CONFUSIONES CONFESIONES
Cuanto cambié, me sentía tan diferente. Llena de vida, de ganas, con sueños. Libre. Sobre todo libre. No extrañaba el peso en el pecho que dejaste aquí cuando te fuiste. Libre de querer a alguien más, de quererme. Estaba lista para dejar entrar a alguien más a mi vida, lista para seguir adelante. Entonces volviste. Con tu estúpido encanto entraste tan triunfante. ¿Qué esperabas? ¿Qué esperaba yo? Te disculpaste, me juraste haber entendido. No pude creerte, no me permití creerte. Cerré las puertas y levanté ese muro de piedra una vez más. Te esperé. Maldita sea, te esperé más de lo que debí. ¿Por qué ahora? No fuiste capaz de dejarme ir. No pudiste verme feliz sin ti. Tenías que volver, tenías que ser tu a quien viera como caballero en armadura. No pudiste soportar que esos sentimientos ya no te pertenecieran más. Sabía que no debía si quiera mirarte, pues eres el retrato de un amor herido, perdido. Pero una promesa fue suficiente para dejar la espina, y por más que sabía que no podía permitirlo, la idea se impregnó en mi cabeza. Esparciéndose como veneno, igual de tóxica y mortal. Corrí con suerte, me cerré a ti. Aunque no puedo creer que por un momento, tan pequeño y efímero momento, creí lo que tus labios hablaron. Sigo sin entender que no viene de tu corazón.
sábado, 29 de agosto de 2015
UN CAMINO
Siento que el corazón se me sale del pecho. Tres simples palabras fueron suficientes para derrumbarme. Sabia perfectamente bien en qué me estaba metiendo al dejarte entrar. No me importó. Te sentí diferente. Te sentí especial. Fue mi culpa, sabía que era terreno peligroso y que tenía que marchar con cuidado. Pero me aventé a las aguas turbias de tu océano y dejé que me envolvieras por completo. Ahora me asfixio, floto en un vacío inmenso. Qué estúpida fui al creer que funcionaría, que estúpida soy por precipitarme y decir que jamás lo hará. Acabas de tomar un camino sin retorno, acabas de dar un paso lejos y me acabas de lanzar en un camino diferente. Con tres palabras mataste el interés tan grande que sentía por ti. ¿Ahora que sigue? El sentimiento de exclusividad se ha ido, tus palabras se convirtieron en una daga que me apuñala por la espalda. Ridícula, simplemente ridícula. ¿Por qué creí en esa inexistente exclusividad? ¿Cómo me atreví a tan si quiera considerarlo? Me sentí culpable cuando se me presentó la oportunidad hacer lo que tu. Pensé en traición y no pude hacerlo. Claramente, no percibimos las cosas igual. Me siento aliviada al saber que no dije todo lo que quería y que aun te quedaban muros por tirar. Supongo que vuelvo a lo mismo, a reconstruir mis paredes y esperar que a alguien más le interese entrar. Espero que ese camino te lleve a lo que buscas. Claramente este no era el camino para mi.
jueves, 5 de febrero de 2015
SHE WAITS
She misses him greatly. She hasn't seen him in a few days. For her, he is everything. She wakes up exited, she will be seeing him today. She makes sure to have everything ready for him, and works hard so she won't be delayed on her chores. Her heart races as the time goes by. She waits for the precise moment to take a shower so she can be perfect for him. She chooses her clothes wisely, wearing only what she knows he loves. She does her make up and her hair. Just to look pretty for him, because she knows that makes him happy. Time is going slowly, but the hour to meet is getting closer. She is anxious, and wants to light a cigarette but she waits. She turns on the tv trying to distract herself. Of course it doesn't work. She is just too exited to see his eyes and kiss his lips. He promised. He was the one who asked for this meeting. And she is waiting. And the clock is ticking, and she knows nothing, but she keeps waiting. Time has gone by and she decides to light the cigarette. She is nervous that he is not answering her calls. Is something wrong? She wonders. She tries to keep hersef busy, so she starts working on other stuff. But she checks the clock every 5 minutes, and she checks her phone every 10. Time is passing and she is waiting. Waiting for him to knock on the door, for him to give her a hug. She starts to feel lonely, and tries so hard to shake the feeling off her head. He will come. She tells herself. He promised to. She has already finished the pack of cigarettes, and she has fixed her makeup twice. She is begining to feel forgotten when he calls. Her heart stops when she sees his name on the screen, and she smiles. The most beautiful smile, that is her special smile. She answers, and the smile slowly fades away as she nods. Her eyes fill with tears as she hangs up. He is not coming tonight. And she cries, she cries in silence not letting him know. Never telling him she got ready for him, never explaining that she fixed her makeup twice, and that she checked the clock every five minutes. He was busy, it's not his fault, she tells to herself. But truth is that she feels forgotten, because everytime she needs him, he is just not around. She doesn't want to blame him, she understands he has other responsibilities. But truth is she feels like an obligation, she feels like a bump in his road. She washes her beautiful face and goes to bed thinking, we are stil together. But actually she is feeling alone.
jueves, 11 de septiembre de 2014
FUEGO
Thump…
thump… thump…
Uno
tras otro. Parezco robot. Hace tanto que no me importa. Perdí el
interés. Estoy harta de este lugar y no puedo irme. Es ridículo el
vínculo afectivo que generas a tu rutina. Debí haberme marchado
hace mucho tiempo. Y sin embargo sigo aquí. Acomodando libros,
quitándoles el polvo y devolviéndolos a los anaqueles. Al principio
creí que entre libros siempre estaría a salvo. Nunca imaginé que
mis mejores amigos me lastimarían.
Jamás
fui una mujer deslumbrante, es más, siempre he estado algo
regordeta. Nada en mí es fuera de lo común, ni extraordinario,
mucho menos exótico. Soy como una mancha en el pizarrón. Son pocos
los que en realidad se dan cuenta de que estoy ahí, y en realidad,
no me importa. Cuando empecé a trabajar aquí me sentí en casa por
primera vez en mucho tiempo. No tenia que sobresalir ni preocuparme
por encajar. Podía ser yo misma.
Toda
la vida fui niña de libros. Mi hermano menor me molestaba todo el
tiempo. “¿Otro más Emma? Ya deja tus libros y sal de la casa. Te
falta sol, pareces vampiro”. A él siempre le costó entender que
nunca renuncié a vivir, más bien decidí vivir muchas vidas a
través de los libros. Lo extraño. A veces hablamos pero nuestros
caminos tomaron direcciones diferentes. Nunca le pareció que me
conformara con un trabajo tan “mediocre” como lo llamaba.
Mi
vida aquí era interesante. Podía leer cualquier libro que quisiera,
pasaba horas recomendando historias a quienes preguntaban. Incluso
creé un sistema de orden, que me costó varios meses de trabajo.
Todo era perfecto. Y había días en los que solamente me sentaba en
el área de lectura a observar a los demás. Me encantaba ver los
libros que escogían. Cuando alguien leía uno de mis favoritos
inmediatamente me agradaba. Era como si el libro me recomendara a la
persona. Así fue como la conocí.
Una
tarde lluviosa de abril entró corriendo. Al bajar su capucha, el
cabello como fuego me cautivó. Jamás había visto alguien así.
Caminaba con seguridad, su presencia intimidaba. Me sonrió y sentí
algo que no había sentido jamás. Era esa sensación que tienes
cuando te quedas en casa en un día lluvioso con una taza de tu té
favorito, envuelta en una cobija. Me sentí en casa. A partir de ese
momento las cosas dieron un giro.
Ella regresaba todos los jueves y se sentaba
durante horas en la sala de lectura. Quería hablarle, pero el miedo
me paralizaba. Me faltaban las palabras y me sentía ridícula. Yo
sabía cuatro idiomas y no podía pensar en nada que decirle. Me
quedaba parada mirándola.
Un día se me acercó y susurro un “hola”. Me
invadió el mismo miedo que me helaba de niña, cuando iba al
supermercado con mi madre y ella desaparecía, dejándome sola en la
fila.
“¿Hola?” repitió.
Clavó su mirada en la mía. Sus ojos eran de un
verde intenso, parecido al color del musgo. Me sentí desnuda frente
a ella. No había nada que le pudiera ocultar. Me tomó un momento
recuperarme. Sonrió de nuevo y yo no podía entender qué de esa
mujer que me parecía tan fascinante. Charlamos por un rato. La gente
en la sala de lectura nos calló así que pedí permiso a Pepe, mi
jefe, y fuimos a tomar un café.
Había leído tantas historias de amor y soñado
tanto tiempo con encontrar a mi persona. Esa persona con la que
quieres compartir todo. Con la que no tuviera miedo de ser yo misma.
Ahora que lo pienso nunca me imaginé que sería otra mujer. Al
principio me negaba, pero con cada palabra caía más hondo.
Ella era perfecta. Escribía, tocaba el piano, le
gustaba el mismo estilo de libros que a mí. Teníamos opiniones
encontradas en la música pero eso la volvía aun más perfecta. Me
preguntó acerca de mi vida, fue la primera persona en años que
quería saber de mí y no solo de un libro de derecho penal o
psicoanálisis. Algo en ella me daba confianza. Me incitaba a seguir
hablando. Nuestra platica se convirtió en coqueteo, incluso yo que
siempre estuve negada para esas cosas pude darme cuenta de lo que
sucedía.
“¡¿Escribes?!” Con insistencia de niño
pidió que le mostrara lo que hacía. Jamás había enseñado a nadie
mis escritos. Eran cosas muy personales. Escribí mis fantasías más
obscuras y mis miedos más grandes. Pero no me importó. Sin pensarlo
la tome de la mano y la lleve hasta el archivo.
Ella no debía entrar. En el archivo teníamos los
ejemplares de ediciones especiales y también los antiguos. Solamente
Pepe y yo podíamos buscar los libros solicitados y sacar copias de
los capítulos pues los libros no podían salir. El archivo era mi
lugar favorito. El olor a libro viejo y humedad me ayudaba a
escribir. Estar rodeada por grandes escritores y libros cuyas
palabras no habían sido leídas en mucho tiempo me generaba
sensaciones diferentes al redactar mis historias.
Una vez dentro del archivo prendí una linterna.
Su semblante iluminado por la tenue luz era el de un ángel. Miraba
maravillada a su alrededor, acababa de encontrar un tesoro
inigualable. Recorrió cada pasillo en silencio. Ella descubría
libros y yo la descubría a ella.
Deje que mi mente vagara imaginando que eran mis
manos las que recorrían su cuerpo como lo hacían los rayos de luz.
Me encontré imaginando el sabor de su piel, deseando cosas que jamás
habían cruzado por mi mente. Me tomó por sorpresa cuando me abrazó
por la espalda y susurró un “gracias” seguido de un beso.
Era una completa extraña, tenía apenas horas de
conocerla. Estaba tan desesperada por amor que no me importó. La
besé y sentí fuego. El calor entre nosotras era intenso y la
adrenalina de lo prohibido alimentaba la flama. Me dejé llevar por
el momento. Tomé la decisión de vivir mi romance de novela. No
recuerdo mucho estaba intoxicada por su perfume. Sólo me acuerdo que
se sentía correcto.
Pasaron los días, ella y yo disfrutábamos de
cada momento que teníamos juntas. El archivo se volvió nuestro
lugar preferido. Compartíamos todo y hablaba con ella sin miedo a
que me rechazara. Seguíamos siendo desconocidas así que teníamos
mucho que descubrir la una de la otra. Estaba feliz. Flotaba en una
burbuja. Creí que al fin había encontrado mi historia.
Le enseñe todos y cada uno de mis escritos.
Incluso deje que leyera mi pequeña novela. Me dio sus comentarios y
me ayudó a mejorar mi escritura. Al final de la segunda semana yo
estaba completamente enamorada de ella. Que ridícula fui. Me
imaginaba viviendo en uno de mis libros, soñando despierta y amando
a una completa desconocida.
Una tarde, después de nuestro encuentro ocasional
en el archivo, se fue. Dijo que tenía una comida con su editor y que
regresaría mas tarde. Me beso y la vi salir por la puerta. Jamás
regresó. Intenté buscarla sin éxito. Esperé todos los días a que
volviera, pero cada día la desilusión era más grande.
Pase los peores dos meses de mi vida. Tratando de
entender que había hecho mal. Imaginando que algo malo le había
sucedido. Viendo mil posibilidades y viviendo cada una de ellas. Una
tarde, Pepe llegó con un cargamento de libros nuevos. Hablaba muy
emocionado sobre una nueva escritora que había logrado un
best-seller en días. Me entregó el libro. “Secretos”. Lo abrí
y leí:
“… Son tantas cosas que no puedo explicar,
algunas veces quisiera gritarlas al mundo, pero luego me da miedo.
Creo que el mundo no quiere escuchar lo que tengo que decir. En ese
momento vi mi oportunidad…”
Reconocí mis palabras al instante. Pasé las
páginas frenética, sentía que había caído en un pozo y no
encontraba la salida. Aturdida por lo que sucedía ni cuenta me di
del autor. En letras de fuego estaba grabado su nombre; Regina
Torres. Quería vivir una aventura de novela y mi novela se convirtió
en tragedia. La mujer a la que había amado, se había llevado todo.
No solo me rompió el corazón, robó mi trabajo.
Corrí a buscar los manuscritos. De alguna forma
tenía que comprobar que eso era mío. Por supuesto que los escritos
no estaban. Lloré. Robó todo lo que era, lo que tenía. Se llevó
mi vida. Me quedé tirada en el piso dejé que la oscuridad del
archivo me envolviera y no quería salir. Sentí todo lo que tenía
que sentir. Agoté mis emociones.
Hoy parezco un robot, acomodando libros en
anaqueles, quitando el polvo de las letras rojas que me recuerdan lo
que perdí, condenada a pasar el resto de mis días en esta obscura
biblioteca.
CHARLOTTE
Devon,
Inglaterra.
Noviembre
1534.
Le
costaba respirar. Sentía el peso del aire a cada paso que daba.
Estaba escapando pero no sabía de qué, era cómo huir de un
recuerdo. Un reflejo llamó su atención, y pensó que ahí estaría
a salvo. Todo le daba vueltas, sentía nauseas de tanto correr.
Tropezó. Una aguda punzada le recorrió el cuerpo y sintió el calor
de su sangre escurrir por su pantorrilla. Cojeaba y el cansancio
terminó por tirarla. Ella no se rendía, se arrastró, podía sentir
aquella presencia cada vez más cerca.
Sabía
que si no llegaba a la luz pronto, tal vez no se salvaría. Por un
momento el bosque quedó en silencio, un silencio que sólo ella
podría notar, un silencio acompañado por la ausencia. Un alivio
inmenso se apoderó de ella: rió, lloró y creyó que la pesadilla
había terminado.
Un
rugido de viento surgió entre los árboles y pudo ver la silueta de
una mujer. Trató de levantarse, pisó en falso y golpeó su cabeza
con una roca al caer. Todo se volvió negro. A la mañana siguiente
encontraron su cuerpo junto al camino. Estaba maltratado. Sus
hermosos ojos cafés habían sido remplazados por agujeros negros.
Estaba descalza con los pies deshechos por la persecución. Tenía el
pecho desnudo y desgarrado. El corazón estaba tirado junto a ella.
Lilian
fue la tercera víctima del mes. Los aldeanos ya estaban asustados,
las mujeres tenían prohibido acercarse al bosque después del
anochecer, sobre todo las jóvenes. Nadie sabía quién o qué era
responsable de tales asesinatos.
***
“¿Quién
sería capaz de algo así? Sacar corazón de alguien es… es… No
puedo ni pensarlo. ¿Y tú me aseguras que es un oso? No, no. Esto es
algo más, escucha bien lo que te digo, esto es algo más”. El mes
no había terminado y ya había diez víctimas. Charlotte y Marion se
dirigían a la plaza.
“Estoy
de acuerdo, es extraño ¿pero de verdad crees que es brujería? Yo
no me atrevo a señalar a nadie Charlie, ¿tú sí?”. Todo el
pueblo estaba ahí, el alcalde se preparaba para dar un discurso.
“No
lo sé Marion, pero hay algo extraño y…”. Charlotte dejo la idea
al aire en el momento que el alcalde comenzó a hablar. Durante una
hora escucharon al pueblo acusarse de brujería, madres llorando a
sus hijas, padres y hermanos proponiendo cazar al responsable. Se
sentía el miedo en el ambiente. Anne, la hija del alcalde se acercó
a ellas.
“Nadie
puede matar tanta gente y seguir en el anonimato. Papá dice que es
una persona pero no quiere alarmar a los demás. Se rehúsa a aceptar
que es brujería, pero yo no encuentro otra explicación”.
“¿Tú
también? ¿Por qué insisten en la brujería? Saben, las brujas
tienen mejores usos para el corazón que simplemente dejarlo tirado,
en cambio los ojos…”.Charlotte y Anne se miraron extrañadas. La
hermana mayor de Marion había sido una de las primeras víctimas, y
sin embargo Marion parecía convencida de que la brujería no tenía
nada que ver. “Olvídenlo, no dije nada, tengo que irme”. Sin dar
más explicaciones Marion se marchó.
Marion
actuaba de una forma muy extraña. Charlotte intentó no pensar en
eso. Era Marion, la conocía bien, probablemente la muerte de su
hermana le había afectado más de lo que parecía. Se despidió de
Anne y continuó con su rutina.
Antes
de regresar a casa fue en busca de Marion. La encontró sentada en el
jardín leyendo un libro. “Hola”. Marion se asustó y cerró el
libro de golpe. “Charlie, hola, ¿qué haces aquí?”.
“Quise
pasar a ver cómo estabas, te veías un poco alterada en la plaza”.
“Ah,
si, eso… No es nada, es sólo que… Tú sabes, lo que pasó con
Lilian me dejó un poco… Bueno, no importa”.
Mientras
hablaba, Marion abrazaba el libro como si tuviese miedo de dejarlo
ir. Su mirada era recelosa, guardaba un secreto, un secreto pesado.
“Estoy
bien si eso te preocupaba. Tengo que irme. Y tu no deberías estar
afuera después del anochecer.”. Al levantarse, el libro cayó
abierto: símbolos extraños que Charlotte no entendía llenaban las
páginas y el texto estaba escrito en un idioma que no podía leer.
“¡No!”. Gritó Marion al ver que Charlotte intentaba levantar el
libro. “Perdona. Yo sólo…”. “Déjalo, no importa Marion. Me
voy a casa.”
Todo
tipo de dudas cruzaban por la mente de Charlotte. Trataba de
entender, no quería suponer que su amiga estaba en malos pasos, pero
cada vez que lo pensaba encontraba más razones para dudar de ella.
Escuchó un ruido afuera. Un sudor frío le recorría la frente
mientras se acercaba a la ventana.
Una
figura caminaba oculta en la oscuridad. Miraba sobre su hombro, como
si temiera que alguien la estuviera siguiendo. La luz de la luna
iluminó su rostro y Charlotte no lo podía creer. Marion caminaba
con cautela hacia el bosque. Cargaba algo que Charlotte no alcanzaba
a distinguir. Sintió el impulso de seguirla, pero el miedo la frenó.
Se acostó. El libro seguía intrigándola. Por alguna razón le
parecía similar pero no podía recordar por qué.
La
mañana siguiente un ajetreo la despertó. Todo el pueblo había
enloquecido. Escuchó a la vieja Isobel gritar “¡Bruja, bruja!”
entre la multitud. Tomó su capa y salió. Las manos le temblaban, no
sabía hacia dónde ir. La multitud la empujó hacia la plaza donde
vio a Marion atada.
El
miedo la paralizó. Sabía que iba a suceder y no había nada para
detenerlo. La actitud extraña, el libro con los símbolos, el paseo
de anoche, las mujeres desaparecidas. Todo, todo encajaba
perfectamente. Marion no era quien Charlotte había creído y el
pueblo la había descubierto.
Comenzó
el juicio público. “¡Yo la he escuchado cantar en lenguas
extrañas!”. “¡Asesinó a su hermana!”. “¡Bruja!”. Todos
los que alguna vez la habían llamado amiga ahora se turnaban para
lanzarle piedras. Charlotte estaba paralizada ante la escena, quería
creer que su amiga era inocente, que todo era un malentendido, pero
no tenía con qué defenderla y temía que al intentarlo la acusaran
a ella también.
Se
hizo a un lado y vio cómo golpeaban a su amiga. El juicio duró todo
el día, el padre de Marion trató de defender a la única hija que
le quedaba, pero, al igual que Charlotte, entendió que era un caso
perdido. Besó a su hija con ternura, como el primer beso que da un
padre a su hijo y desapareció entre la muchedumbre.
Al
caer la noche, dieron el veredicto: Marion moriría en la hoguera.
“¿Quieres ir a despedirte? Sé lo mucho que la querías. Te
acompaño”. Charlotte estaba tan perdida en la realidad que no
escuchó a Anne acercarse. Sin decir nada caminó hasta Marion.
Marion
apenas podía mantenerse de pie: la sangre escurría de sus labios,
aquella cara que una vez fue de ángel estaba destrozada. Charlotte
temblaba por lo sucedido, temblaba por lo que iba a suceder. Se
negaba a creerlo. “Charlotte, yo, te juro te juro que sólo
quería…”. Las palabras apenas eran audibles, balbuceaba tenía
muy pocas fuerzas. “… el responsable de la muerte de mi hermana”.
Lloraba, un llanto seco, una plegaria inaudible llenaba sus ojos.
“Amaba a Lilian”. Charlotte no pudo soportarlo más, quería
creer las palabras que escuchaba más que nada en ese momento.
“Ayúdame”, escuchó al darle la espalda.
Las
llamas iluminaron el cielo nocturno. El crujir de la madera pronto
ahogó los gritos y no quedó más que un olor a cabello quemado en
el aire. Charlotte y Anne vieron a su amiga arder. Lloraron por
Marion, lloraron por las mujeres muertas, lloraron por ellas. Porque
en ese momento, ambas sabían que ahora estaban a salvo.
***
A
la mañana siguiente encontraron a Anne junto al camino. Estaba
descalza con los pies deshechos por la persecución. Tenía el pecho
desnudo y desgarrado, le faltaba el corazón.
Charlotte
despertó con un ligero dolor de cabeza. Estaba en el suelo junto a
su cama. Se levantó despacio, todo daba vueltas. En sus manosnotó
algo extraño. Estabanmanchadas con algo rojizo, casi café.
Intrigada se examinó, no comprendía nada. Notó que su vestido
blanco estaba manchado también. Sobre la cama estaba aquel libro
extraño que ahora podía descifrar. Vio su reflejo en el espejo,
también su cara estaba manchada. Poco a poco la preocupación en sus
ojos se transformó en satisfacción, a la vez que una extraña
sonrisa se dibujaba en sus rojos labios. Entonces recordó. Se acordó
de todo. La persecución, el terror en la mirada de las chicas, la
repentina sensación de tranquilidad, seguida por la muerte. La
sonrisa se hizo aún más amplia, miró de nuevo sus manos y su ropa
y soltó una carcajada. Lástima.
Pensó mientras tomaba uno de los ojos. Una repentina oscuridad se
apoderó de ella y lo mordió.
DE AMORES Y FANTASMAS
Miro por la ventana. Diferentes escenas suceden
a mi alrededor, una mujer patea a un perro cuando se le acerca. El
caos de la ciudad se despide de mí como un viejo amigo. El taxista
interrumpe sus quejas sobre el gobierno para insultar al conductor
que le cortó el paso. Veo a la gente caminar por la calle, la
combinación de la luz del cielo y los edificios crean el equilibrio
perfecto para una fotografía. Cualquier otro día habría parado al
taxista y me habría tirado al piso para sacar esa foto. Pero hoy no.
Hoy no puedo hacer otra cosa que no sea pensar
en ella. Jamás creí que me enamoraría así, la odiaba tanto, me
parecía la persona más detestable, obsesiva compulsiva, todo en
orden todo el tiempo, me volvía loco, y sin embargo, la extraño.
Supongo que me obligué a odiarla. Nunca pensé que podríamos estar
juntos, ella estaba por casarse con mi hermano, una cosa más en su
vida que salía tal y como había planeado. Yo, yo solo quería
largarme de México lo más rápido posible. No soporto estar en el
mismo lugar mucho tiempo y, aunque amo esta ciudad, hemos tenido
nuestras diferencias. Accedí a regresar solo por la boda, con la
condición de que no me quedaría más de tres días.
La boda. ¡Estúpida boda! ¡Estúpida Renata y
su necedad! ¡Estúpido Raúl por cumplir sus caprichos! Mi hermano,
baboso como siempre, detuvo el auto saliendo del aeropuerto porque
ella creyó haber visto un perro bajo la lluvia. Renata me pidió que
bajara del auto a buscarlo. ¡Por favor! “Bájate y búscalo.”
Búscalo tú, pensé. Antes de que pudiera decir algo, Raúl fue
por el perro. Llovía, estaba obscuro, el maldito perro corrió, Raúl
no fue tan rápido. El auto no frenó y pude verlo volar sobre el
cofre. Odié a Renata aún más. Su necedad me quitó a mi hermano.
Todavía no puedo creer que esté muerto.
Aún lo escucho pelear con papá por mí.
Tratando de hacerle entender que mi vocación jamás fue la
contaduría, siempre fui más sensible, la fotografía era lo mío.
Papá nunca lo entendió. Los extraño tanto. Podría decir que fue
el amor por mi hermano lo que me obligó quedarme, pero eso sería
mentira. No quería pasar por esto solo. He estado tan solo en mi
vida que cuando vi la oportunidad, la tomé sin pensarlo. Yo había
perdido un hermano y Renata a su esposo.
No hablábamos mucho, pasábamos los días en
silencio, paseando por el departamento dentro de una burbuja, sin
creer lo que había sucedido. Hasta que una noche no pude más. Salí
en busca de mujeres y alcohol, pensé que me harían sentir mejor,
siempre funciona. Pero esta vez no. Me di cuenta de que no quería a
nadie más. Sólo podía pensar en Renata, sentía la responsabilidad
de estar con ella, como si al morir Raúl ella había pasado a mi
cuidado.
Regresé y la encontré en el piso, junto a una
caja que había estado llenando con las cosas de Raúl. Había
decidido vender el departamento, no quería vivir ahí sin Raúl.
Sostenía un CD de Ingrid Micaelson que le había regalado en un
cumpleaños. Raúl nunca se lo dijo, pero ella sabía que lo
odiaba. Claro que lo odiaba, mi hermano detestaba ese tipo de música,
yo había intentado convencerlo varias veces sin éxito. Tomé el CD
y lo puse. Saqué dos cervezas del refri y me senté junto a ella, y
por primera vez escuché lo que tenía que decir y me enamoré de
ella.
No éramos tan diferentes. Era una mujer
maravillosa, llena de secretos. Su sueño era ser pianista pero su
padre no lo permitió y la obligó a estudiar leyes. Dentro de esa
coraza rígida había un alma soñadora, y todo lo que odiaba de ella
en realidad me parecía dulce. La primera vez que la vi sonreír me
desarmé por completo. Entendí que por esa sonrisa haría cualquier
cosa.
Poco a poco lo días mejoraron, nos
acostumbramos a vivir juntos. Al principio ella estaba un poco
reacia, pero yo no tenía a dónde ir y ella no quería estar sola.
Por primera vez en mi vida me sentí bien. Había alguien en mi vida
y me gustaba. Debo admitir que me sentía un poco culpable, estaba
disfrutando de la vida que mi hermano no había tenido. Me consolé
pensando que tal vez Raúl estaría feliz por nosotros.
Tenía miedo, estaba casi seguro de que Renata
no sentía lo mismo. Creí que estaba soñando la noche que llegó
llorando a mi habitación. “¿Santiago?” No dijo más que
mi nombre, se metió en la cama, me abrazó y se quedó dormida. Un
par de horas después se despertó, pensó que yo dormía y me besó
la mejilla. “No me dejes” susurró y volvió a dormirse.
Renata y yo intentamos no dejar que el recuerdo
de Raúl se interpusiera, pero fue mas difícil de lo que pensé.
Renata no dejaba de compararme con él, insistía en que hiciera las
mismas cosas que Raúl hacía. Todos los martes tenía que llevarla
al Callejero y luego al cine, como hacían ellos antes. Intenté
cambiarlo, volverlo nuestro, ella no me dejó.
Cuando recibí la llamada ofreciéndome la
oportunidad de ser parte de un proyecto fotográfico en Argentina
pensé que sería lo mejor para Renata y para mí. Creí que
alejándonos un poco del fantasma de Raúl, tendríamos la
oportunidad de ser felices. Salir del departamento que habían
comprado juntos parecía un buen paso. Ella no lo vio así.
Me gritó durante una hora seguida,
insultándome, demandando una y otra vez por qué no era como Raúl,
él jamás le habría pedido que dejara su rutina. Renata no veía en
mi la oportunidad de un nuevo comienzo, veía la oportunidad de
recuperar a Raúl. Ella nunca me quiso, estaba enamorada de una idea,
de un fantasma. Lo dejó muy claro cuando dijo que deseaba que yo
hubiera muerto en lugar de él. En ese momento lo deseé también.
Intenté hablar con ella esta mañana, con la
esperanza de que hubiera cambiado de idea, pero no respondió. Dejé
un mensaje de voz. Me cuesta imaginar qué será mi vida sin ella.
Escucho su voz en mi cabeza. Es increíble lo rápido que llegué a
amarla. Fui un idiota. Ella jamás me iba a querer. Nadie me quiere
después de conocer a Raúl.
-Llegamos joven.
El taxista interrumpe mis pensamientos. Le pago
y camino hacia adentro. Saco el celular, con la intención de llamar
a Renata de nuevo. Aún hay tiempo.
-¡Killian!
Una pequeña niña grita a su perro. Se soltó,
pasa junto a mí y corre en dirección al estacionamiento. Corro tras
el perro, maldito perro, él corrió. Yo no soy tan rápido.
sábado, 8 de septiembre de 2012
COLORES
Colores, colores por todos lados,
colores aquí, colores allá. Tan hermosos colores que ve por primera vez. Todos
tienen nombres que él no comprende. ¿Rosa? ¿Amarillo? ¿Verde? ¿Por qué tienen
esos nombres? Él no comprende cómo se pueden nombrar cosas tan hermosas con
nombres tan simples. No, para él no son cosas simples. Son impresionantes y hay
millones de ellos. Algunos parecidos, pero todos tan diferentes entre sí. Él no
entiende por qué los demás no los ven. Son un regalo, dulces para los ojos.
Traen una sonrisa a su rostro cada vez que encuentra uno nuevo. Se divierte nombrándolos,
está el palnesti, el mardo, el upons, el cerpo, tantos que nunca terminará de
nombrarlos. Ahora que ha visto la vida por primera vez, esta maravillado con lo
que ha encontrado.
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