jueves, 11 de septiembre de 2014

CHARLOTTE

Devon, Inglaterra.
Noviembre 1534.

Le costaba respirar. Sentía el peso del aire a cada paso que daba. Estaba escapando pero no sabía de qué, era cómo huir de un recuerdo. Un reflejo llamó su atención, y pensó que ahí estaría a salvo. Todo le daba vueltas, sentía nauseas de tanto correr. Tropezó. Una aguda punzada le recorrió el cuerpo y sintió el calor de su sangre escurrir por su pantorrilla. Cojeaba y el cansancio terminó por tirarla. Ella no se rendía, se arrastró, podía sentir aquella presencia cada vez más cerca.
Sabía que si no llegaba a la luz pronto, tal vez no se salvaría. Por un momento el bosque quedó en silencio, un silencio que sólo ella podría notar, un silencio acompañado por la ausencia. Un alivio inmenso se apoderó de ella: rió, lloró y creyó que la pesadilla había terminado.
Un rugido de viento surgió entre los árboles y pudo ver la silueta de una mujer. Trató de levantarse, pisó en falso y golpeó su cabeza con una roca al caer. Todo se volvió negro. A la mañana siguiente encontraron su cuerpo junto al camino. Estaba maltratado. Sus hermosos ojos cafés habían sido remplazados por agujeros negros. Estaba descalza con los pies deshechos por la persecución. Tenía el pecho desnudo y desgarrado. El corazón estaba tirado junto a ella.
Lilian fue la tercera víctima del mes. Los aldeanos ya estaban asustados, las mujeres tenían prohibido acercarse al bosque después del anochecer, sobre todo las jóvenes. Nadie sabía quién o qué era responsable de tales asesinatos.

***

¿Quién sería capaz de algo así? Sacar corazón de alguien es… es… No puedo ni pensarlo. ¿Y tú me aseguras que es un oso? No, no. Esto es algo más, escucha bien lo que te digo, esto es algo más”. El mes no había terminado y ya había diez víctimas. Charlotte y Marion se dirigían a la plaza.
“Estoy de acuerdo, es extraño ¿pero de verdad crees que es brujería? Yo no me atrevo a señalar a nadie Charlie, ¿tú sí?”. Todo el pueblo estaba ahí, el alcalde se preparaba para dar un discurso.
“No lo sé Marion, pero hay algo extraño y…”. Charlotte dejo la idea al aire en el momento que el alcalde comenzó a hablar. Durante una hora escucharon al pueblo acusarse de brujería, madres llorando a sus hijas, padres y hermanos proponiendo cazar al responsable. Se sentía el miedo en el ambiente. Anne, la hija del alcalde se acercó a ellas.
“Nadie puede matar tanta gente y seguir en el anonimato. Papá dice que es una persona pero no quiere alarmar a los demás. Se rehúsa a aceptar que es brujería, pero yo no encuentro otra explicación”.
“¿Tú también? ¿Por qué insisten en la brujería? Saben, las brujas tienen mejores usos para el corazón que simplemente dejarlo tirado, en cambio los ojos…”.Charlotte y Anne se miraron extrañadas. La hermana mayor de Marion había sido una de las primeras víctimas, y sin embargo Marion parecía convencida de que la brujería no tenía nada que ver. “Olvídenlo, no dije nada, tengo que irme”. Sin dar más explicaciones Marion se marchó.
Marion actuaba de una forma muy extraña. Charlotte intentó no pensar en eso. Era Marion, la conocía bien, probablemente la muerte de su hermana le había afectado más de lo que parecía. Se despidió de Anne y continuó con su rutina.
Antes de regresar a casa fue en busca de Marion. La encontró sentada en el jardín leyendo un libro. “Hola”. Marion se asustó y cerró el libro de golpe. “Charlie, hola, ¿qué haces aquí?”.
Quise pasar a ver cómo estabas, te veías un poco alterada en la plaza”.
Ah, si, eso… No es nada, es sólo que… Tú sabes, lo que pasó con Lilian me dejó un poco… Bueno, no importa”.
Mientras hablaba, Marion abrazaba el libro como si tuviese miedo de dejarlo ir. Su mirada era recelosa, guardaba un secreto, un secreto pesado.
“Estoy bien si eso te preocupaba. Tengo que irme. Y tu no deberías estar afuera después del anochecer.”. Al levantarse, el libro cayó abierto: símbolos extraños que Charlotte no entendía llenaban las páginas y el texto estaba escrito en un idioma que no podía leer. “¡No!”. Gritó Marion al ver que Charlotte intentaba levantar el libro. “Perdona. Yo sólo…”. “Déjalo, no importa Marion. Me voy a casa.”
Todo tipo de dudas cruzaban por la mente de Charlotte. Trataba de entender, no quería suponer que su amiga estaba en malos pasos, pero cada vez que lo pensaba encontraba más razones para dudar de ella. Escuchó un ruido afuera. Un sudor frío le recorría la frente mientras se acercaba a la ventana.
Una figura caminaba oculta en la oscuridad. Miraba sobre su hombro, como si temiera que alguien la estuviera siguiendo. La luz de la luna iluminó su rostro y Charlotte no lo podía creer. Marion caminaba con cautela hacia el bosque. Cargaba algo que Charlotte no alcanzaba a distinguir. Sintió el impulso de seguirla, pero el miedo la frenó. Se acostó. El libro seguía intrigándola. Por alguna razón le parecía similar pero no podía recordar por qué.
La mañana siguiente un ajetreo la despertó. Todo el pueblo había enloquecido. Escuchó a la vieja Isobel gritar “¡Bruja, bruja!” entre la multitud. Tomó su capa y salió. Las manos le temblaban, no sabía hacia dónde ir. La multitud la empujó hacia la plaza donde vio a Marion atada.
El miedo la paralizó. Sabía que iba a suceder y no había nada para detenerlo. La actitud extraña, el libro con los símbolos, el paseo de anoche, las mujeres desaparecidas. Todo, todo encajaba perfectamente. Marion no era quien Charlotte había creído y el pueblo la había descubierto.
Comenzó el juicio público. “¡Yo la he escuchado cantar en lenguas extrañas!”. “¡Asesinó a su hermana!”. “¡Bruja!”. Todos los que alguna vez la habían llamado amiga ahora se turnaban para lanzarle piedras. Charlotte estaba paralizada ante la escena, quería creer que su amiga era inocente, que todo era un malentendido, pero no tenía con qué defenderla y temía que al intentarlo la acusaran a ella también.
Se hizo a un lado y vio cómo golpeaban a su amiga. El juicio duró todo el día, el padre de Marion trató de defender a la única hija que le quedaba, pero, al igual que Charlotte, entendió que era un caso perdido. Besó a su hija con ternura, como el primer beso que da un padre a su hijo y desapareció entre la muchedumbre.
Al caer la noche, dieron el veredicto: Marion moriría en la hoguera. “¿Quieres ir a despedirte? Sé lo mucho que la querías. Te acompaño”. Charlotte estaba tan perdida en la realidad que no escuchó a Anne acercarse. Sin decir nada caminó hasta Marion.

Marion apenas podía mantenerse de pie: la sangre escurría de sus labios, aquella cara que una vez fue de ángel estaba destrozada. Charlotte temblaba por lo sucedido, temblaba por lo que iba a suceder. Se negaba a creerlo. “Charlotte, yo, te juro te juro que sólo quería…”. Las palabras apenas eran audibles, balbuceaba tenía muy pocas fuerzas. “… el responsable de la muerte de mi hermana”. Lloraba, un llanto seco, una plegaria inaudible llenaba sus ojos. “Amaba a Lilian”. Charlotte no pudo soportarlo más, quería creer las palabras que escuchaba más que nada en ese momento. “Ayúdame”, escuchó al darle la espalda.
Las llamas iluminaron el cielo nocturno. El crujir de la madera pronto ahogó los gritos y no quedó más que un olor a cabello quemado en el aire. Charlotte y Anne vieron a su amiga arder. Lloraron por Marion, lloraron por las mujeres muertas, lloraron por ellas. Porque en ese momento, ambas sabían que ahora estaban a salvo.

***
A la mañana siguiente encontraron a Anne junto al camino. Estaba descalza con los pies deshechos por la persecución. Tenía el pecho desnudo y desgarrado, le faltaba el corazón.
Charlotte despertó con un ligero dolor de cabeza. Estaba en el suelo junto a su cama. Se levantó despacio, todo daba vueltas. En sus manosnotó algo extraño. Estabanmanchadas con algo rojizo, casi café. Intrigada se examinó, no comprendía nada. Notó que su vestido blanco estaba manchado también. Sobre la cama estaba aquel libro extraño que ahora podía descifrar. Vio su reflejo en el espejo, también su cara estaba manchada. Poco a poco la preocupación en sus ojos se transformó en satisfacción, a la vez que una extraña sonrisa se dibujaba en sus rojos labios. Entonces recordó. Se acordó de todo. La persecución, el terror en la mirada de las chicas, la repentina sensación de tranquilidad, seguida por la muerte. La sonrisa se hizo aún más amplia, miró de nuevo sus manos y su ropa y soltó una carcajada. Lástima. Pensó mientras tomaba uno de los ojos. Una repentina oscuridad se apoderó de ella y lo mordió.

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