jueves, 11 de septiembre de 2014

FUEGO

Thump… thump… thump…
Uno tras otro. Parezco robot. Hace tanto que no me importa. Perdí el interés. Estoy harta de este lugar y no puedo irme. Es ridículo el vínculo afectivo que generas a tu rutina. Debí haberme marchado hace mucho tiempo. Y sin embargo sigo aquí. Acomodando libros, quitándoles el polvo y devolviéndolos a los anaqueles. Al principio creí que entre libros siempre estaría a salvo. Nunca imaginé que mis mejores amigos me lastimarían.
Jamás fui una mujer deslumbrante, es más, siempre he estado algo regordeta. Nada en mí es fuera de lo común, ni extraordinario, mucho menos exótico. Soy como una mancha en el pizarrón. Son pocos los que en realidad se dan cuenta de que estoy ahí, y en realidad, no me importa. Cuando empecé a trabajar aquí me sentí en casa por primera vez en mucho tiempo. No tenia que sobresalir ni preocuparme por encajar. Podía ser yo misma.
Toda la vida fui niña de libros. Mi hermano menor me molestaba todo el tiempo. “¿Otro más Emma? Ya deja tus libros y sal de la casa. Te falta sol, pareces vampiro”. A él siempre le costó entender que nunca renuncié a vivir, más bien decidí vivir muchas vidas a través de los libros. Lo extraño. A veces hablamos pero nuestros caminos tomaron direcciones diferentes. Nunca le pareció que me conformara con un trabajo tan “mediocre” como lo llamaba.
Mi vida aquí era interesante. Podía leer cualquier libro que quisiera, pasaba horas recomendando historias a quienes preguntaban. Incluso creé un sistema de orden, que me costó varios meses de trabajo. Todo era perfecto. Y había días en los que solamente me sentaba en el área de lectura a observar a los demás. Me encantaba ver los libros que escogían. Cuando alguien leía uno de mis favoritos inmediatamente me agradaba. Era como si el libro me recomendara a la persona. Así fue como la conocí.
Una tarde lluviosa de abril entró corriendo. Al bajar su capucha, el cabello como fuego me cautivó. Jamás había visto alguien así. Caminaba con seguridad, su presencia intimidaba. Me sonrió y sentí algo que no había sentido jamás. Era esa sensación que tienes cuando te quedas en casa en un día lluvioso con una taza de tu té favorito, envuelta en una cobija. Me sentí en casa. A partir de ese momento las cosas dieron un giro.
Ella regresaba todos los jueves y se sentaba durante horas en la sala de lectura. Quería hablarle, pero el miedo me paralizaba. Me faltaban las palabras y me sentía ridícula. Yo sabía cuatro idiomas y no podía pensar en nada que decirle. Me quedaba parada mirándola.
Un día se me acercó y susurro un “hola”. Me invadió el mismo miedo que me helaba de niña, cuando iba al supermercado con mi madre y ella desaparecía, dejándome sola en la fila.
¿Hola?” repitió.
Clavó su mirada en la mía. Sus ojos eran de un verde intenso, parecido al color del musgo. Me sentí desnuda frente a ella. No había nada que le pudiera ocultar. Me tomó un momento recuperarme. Sonrió de nuevo y yo no podía entender qué de esa mujer que me parecía tan fascinante. Charlamos por un rato. La gente en la sala de lectura nos calló así que pedí permiso a Pepe, mi jefe, y fuimos a tomar un café.
Había leído tantas historias de amor y soñado tanto tiempo con encontrar a mi persona. Esa persona con la que quieres compartir todo. Con la que no tuviera miedo de ser yo misma. Ahora que lo pienso nunca me imaginé que sería otra mujer. Al principio me negaba, pero con cada palabra caía más hondo.
Ella era perfecta. Escribía, tocaba el piano, le gustaba el mismo estilo de libros que a mí. Teníamos opiniones encontradas en la música pero eso la volvía aun más perfecta. Me preguntó acerca de mi vida, fue la primera persona en años que quería saber de mí y no solo de un libro de derecho penal o psicoanálisis. Algo en ella me daba confianza. Me incitaba a seguir hablando. Nuestra platica se convirtió en coqueteo, incluso yo que siempre estuve negada para esas cosas pude darme cuenta de lo que sucedía.
¡¿Escribes?!” Con insistencia de niño pidió que le mostrara lo que hacía. Jamás había enseñado a nadie mis escritos. Eran cosas muy personales. Escribí mis fantasías más obscuras y mis miedos más grandes. Pero no me importó. Sin pensarlo la tome de la mano y la lleve hasta el archivo.
Ella no debía entrar. En el archivo teníamos los ejemplares de ediciones especiales y también los antiguos. Solamente Pepe y yo podíamos buscar los libros solicitados y sacar copias de los capítulos pues los libros no podían salir. El archivo era mi lugar favorito. El olor a libro viejo y humedad me ayudaba a escribir. Estar rodeada por grandes escritores y libros cuyas palabras no habían sido leídas en mucho tiempo me generaba sensaciones diferentes al redactar mis historias.
Una vez dentro del archivo prendí una linterna. Su semblante iluminado por la tenue luz era el de un ángel. Miraba maravillada a su alrededor, acababa de encontrar un tesoro inigualable. Recorrió cada pasillo en silencio. Ella descubría libros y yo la descubría a ella.
Deje que mi mente vagara imaginando que eran mis manos las que recorrían su cuerpo como lo hacían los rayos de luz. Me encontré imaginando el sabor de su piel, deseando cosas que jamás habían cruzado por mi mente. Me tomó por sorpresa cuando me abrazó por la espalda y susurró un “gracias” seguido de un beso.
Era una completa extraña, tenía apenas horas de conocerla. Estaba tan desesperada por amor que no me importó. La besé y sentí fuego. El calor entre nosotras era intenso y la adrenalina de lo prohibido alimentaba la flama. Me dejé llevar por el momento. Tomé la decisión de vivir mi romance de novela. No recuerdo mucho estaba intoxicada por su perfume. Sólo me acuerdo que se sentía correcto.
Pasaron los días, ella y yo disfrutábamos de cada momento que teníamos juntas. El archivo se volvió nuestro lugar preferido. Compartíamos todo y hablaba con ella sin miedo a que me rechazara. Seguíamos siendo desconocidas así que teníamos mucho que descubrir la una de la otra. Estaba feliz. Flotaba en una burbuja. Creí que al fin había encontrado mi historia.
Le enseñe todos y cada uno de mis escritos. Incluso deje que leyera mi pequeña novela. Me dio sus comentarios y me ayudó a mejorar mi escritura. Al final de la segunda semana yo estaba completamente enamorada de ella. Que ridícula fui. Me imaginaba viviendo en uno de mis libros, soñando despierta y amando a una completa desconocida.
Una tarde, después de nuestro encuentro ocasional en el archivo, se fue. Dijo que tenía una comida con su editor y que regresaría mas tarde. Me beso y la vi salir por la puerta. Jamás regresó. Intenté buscarla sin éxito. Esperé todos los días a que volviera, pero cada día la desilusión era más grande.
Pase los peores dos meses de mi vida. Tratando de entender que había hecho mal. Imaginando que algo malo le había sucedido. Viendo mil posibilidades y viviendo cada una de ellas. Una tarde, Pepe llegó con un cargamento de libros nuevos. Hablaba muy emocionado sobre una nueva escritora que había logrado un best-seller en días. Me entregó el libro. “Secretos”. Lo abrí y leí:
“… Son tantas cosas que no puedo explicar, algunas veces quisiera gritarlas al mundo, pero luego me da miedo. Creo que el mundo no quiere escuchar lo que tengo que decir. En ese momento vi mi oportunidad…”
Reconocí mis palabras al instante. Pasé las páginas frenética, sentía que había caído en un pozo y no encontraba la salida. Aturdida por lo que sucedía ni cuenta me di del autor. En letras de fuego estaba grabado su nombre; Regina Torres. Quería vivir una aventura de novela y mi novela se convirtió en tragedia. La mujer a la que había amado, se había llevado todo. No solo me rompió el corazón, robó mi trabajo.
Corrí a buscar los manuscritos. De alguna forma tenía que comprobar que eso era mío. Por supuesto que los escritos no estaban. Lloré. Robó todo lo que era, lo que tenía. Se llevó mi vida. Me quedé tirada en el piso dejé que la oscuridad del archivo me envolviera y no quería salir. Sentí todo lo que tenía que sentir. Agoté mis emociones.
Hoy parezco un robot, acomodando libros en anaqueles, quitando el polvo de las letras rojas que me recuerdan lo que perdí, condenada a pasar el resto de mis días en esta obscura biblioteca.

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