lunes, 20 de diciembre de 2010

MEMORIAS

Bien, me tienen encerrado en un manicomio. Creen que estoy loco. Pero no lo estoy, solo veo las cosas de manera diferente a ellos. Creen que mi forma de pensar es errada. !Que rara concepción de lo que es correcto & lo que es equivocado¡ Quieren controlarme, piensan que lo hacen, creen que al quitarme todo lo material, mi libertad, mejorará mi condición. !Que ingenuos! No se puede arreglar algo que funciona. Podrán quitarme todo, pueden tenerme encerrado, pero en realidad no pierdo nada. No tenía nada que perder. Y esos imbéciles no pueden quitarme lo que más adoro. No pueden hurtar mis memorias. !Oh¡ dulces recuerdos que nadie me puede quitar, que me mantienen con vida.
      Desde muy pequeño he tenido una afición fuera de lo común con las armas blancas. Cuchillos & espadas por igual. Nunca fui como los demás niños de mi edad. Era muy retraído, no tenía muchos amigos, los demás me evadían. Entiendo ahora porque. Mi madre siempre lo atribuía a lo único & especial  que yo era, ella no tenía idea de la verdad de sus palabras. Fue tal mi afición por las armas blancas, que  rogaba a mi padre que me permitiera tener mi propia colección. Mamá no estaba muy feliz con la idea, pero papá pensó que sería un hobby interesante para mí, así que al cumplir ocho años, me regalaron una pequeña daga. Una antigüedad que llevaba mucho tiempo en la familia. Aquella daga se volvió mi pieza más atesorada, la pieza que inició mi gran colección. Pasaba horas observándola, admiraba las diferentes hojas, empuñaduras, diseños.
    Conforme pasaban los años, mi colección fue aumentando & fui desarrollando una habilidad extraordinaria en su manejo. Sabía blandirlas con porte & elegancia, sin embargo feroz al entrar en combate. En la academia de esgrima, me consideraban el mejor alumno e incluso me habían ofrecido impartir clases a los más pequeños. Mi vida marchaba bien.
     Al cumplir diecinueve años, mis padres me regalaron mi última pieza de mi colección. Un hermoso sable francés, una réplica exacta de un sable usado en la revolución francesa. Esa tarde salí a festejar con los pocos, pero buenos amigos que tenía. Había algo extraño cuando llegue a casa. Estaba muy oscuro, como si no hubiese nadie en casa. Al acercarme a la puerta, noté que la cerradura había sido forzada. Con todo el silencio posible, me metí a hurtadillas. Escuché ruidos & vi sombras que provenían de la sala, así que me escabullí hasta la biblioteca, donde guardaba mi colección. Tomé mi primera daga & la empuñé
    Me dirigí sigilosamente hacia la sala & desde el pie de las escaleras pude ver que tenían a mi madre amordazada & atada a una silla. Tenía sangre en la ceja & una lágrima se deslizaba por su mejilla. Estaba aterrorizada. No veía a papá por ningún lado, cuando escuché al intruso reír al patear algo & noté a mi madre aún más alterada. Entonces vi que  el objeto que pateaba no era una cosa, si no el cuerpo inerte de mi padre. Mamá logró deshacerse del pañuelo que tenía en la boca y lanzó un grito desesperado de auxilio.
     Recuerdo tan bien el gesto de horror plasmado en el rostro de mi madre & su voz tenía un sonido desgarrador & atemorizado. El bastardo parecía estar disfrutando al máximo la situación. Pero cuando mi madre no guardó silencio como él le indico, el ladrón se volvió con la intención de darle una bofetada. No pude mantenerme oculto más tiempo. Lancé la daga & se le clavó en la mano que tenía levantada. Salí a la luz con mucha ira dentro de mí. El asaltante se volvió con la intención de dispararme tal & como había hecho con mi padre, pero yo fui más rápido. Recuperé la daga que acababa de lanzar & de una patada tiré la pistola de mi atacante. Pronto dejé de verlo como defensa personal, para mí se convirtió en un juego. Asechaba a mi presa con cuidado. Poco a poco fui creando miles de opciones para matarle en mi mente.
     Mi ira se transformo en placer. El asaltante estaba asustado. Comencé a reír. El sujeto se asustó aun más. Me acerque más a mi presa & esta tropezó & cayó al piso. Podía inhalar el miedo de la atmosfera. Yo seguía riendo y me parece que dije algo como:
- Ahora no es tan divertido para ti, pero yo, me la estoy pasando de maravilla. Veamos, ¿cómo puedo matarte?
El muchacho temblaba de miedo. No era mucho más grande que yo. Mi madre gritaba que dejara al chico, que no valía la pena que fuera asesino como él. ¿Qué sabe ella? Claro que lo valía. Mientras dialogaba en mi interior acerca de la mejor manera de matarlo, imaginando cada escenario & disfrutando simplemente de la idea, el joven se había puesto de pie & se disponía a atacarme por la espalda. Me volví & le di una bofetada que le obligó a volver al piso inmediatamente. Reí de nuevo.
- ¿Tu madre nunca te dijo que no debes atacar a alguien por la espalda? Que falta de modales.
Le sonreí al muchacho y me abalancé sobre él. Tomé la daga y me detuve por un instante a disfrutar el terror en sus ojos, el miedo de mi madre en su voz. Su mirada me imploraba clemencia. ¿Clemencia? ¿Por qué tendría que ser misericordioso con aquél hombre a quien no conocía, por qué ceder mi máxima diversión? Con delicadeza deslicé la hoja de la daga en sus mejillas, las que comenzaron a sangrar al instante. El muchacho tenía un gesto de dolor tan hermoso en el rostro que me motivo a continuar. Fui narrándole al muchacho todo lo que le haría, lo que hacía que el terror fuese cada vez más profundo. Mi madre aun estaba amarrada a la silla & presenciaba toda la masacre. Disfruté tanto cortar, apuñalar & desgarrar su cuerpo, los gritos de dolor hacían que me estremeciera. Cuando vi la luz de vida abandonar sus ojos cafés fue la mejor sensación, un éxtasis total me invadió. Jamás olvidaré a mi primera víctima, la primera de muchas que siguieron después. Esa noche cambió mi vida. Descubrí mi verdadera vocación. Matar es una sensación extravagante, no es para cualquiera. Sin embargo, si tienes las agallas, ¿por qué no?

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