Miro por la ventana. Diferentes escenas suceden
a mi alrededor, una mujer patea a un perro cuando se le acerca. El
caos de la ciudad se despide de mí como un viejo amigo. El taxista
interrumpe sus quejas sobre el gobierno para insultar al conductor
que le cortó el paso. Veo a la gente caminar por la calle, la
combinación de la luz del cielo y los edificios crean el equilibrio
perfecto para una fotografía. Cualquier otro día habría parado al
taxista y me habría tirado al piso para sacar esa foto. Pero hoy no.
Hoy no puedo hacer otra cosa que no sea pensar
en ella. Jamás creí que me enamoraría así, la odiaba tanto, me
parecía la persona más detestable, obsesiva compulsiva, todo en
orden todo el tiempo, me volvía loco, y sin embargo, la extraño.
Supongo que me obligué a odiarla. Nunca pensé que podríamos estar
juntos, ella estaba por casarse con mi hermano, una cosa más en su
vida que salía tal y como había planeado. Yo, yo solo quería
largarme de México lo más rápido posible. No soporto estar en el
mismo lugar mucho tiempo y, aunque amo esta ciudad, hemos tenido
nuestras diferencias. Accedí a regresar solo por la boda, con la
condición de que no me quedaría más de tres días.
La boda. ¡Estúpida boda! ¡Estúpida Renata y
su necedad! ¡Estúpido Raúl por cumplir sus caprichos! Mi hermano,
baboso como siempre, detuvo el auto saliendo del aeropuerto porque
ella creyó haber visto un perro bajo la lluvia. Renata me pidió que
bajara del auto a buscarlo. ¡Por favor! “Bájate y búscalo.”
Búscalo tú, pensé. Antes de que pudiera decir algo, Raúl fue
por el perro. Llovía, estaba obscuro, el maldito perro corrió, Raúl
no fue tan rápido. El auto no frenó y pude verlo volar sobre el
cofre. Odié a Renata aún más. Su necedad me quitó a mi hermano.
Todavía no puedo creer que esté muerto.
Aún lo escucho pelear con papá por mí.
Tratando de hacerle entender que mi vocación jamás fue la
contaduría, siempre fui más sensible, la fotografía era lo mío.
Papá nunca lo entendió. Los extraño tanto. Podría decir que fue
el amor por mi hermano lo que me obligó quedarme, pero eso sería
mentira. No quería pasar por esto solo. He estado tan solo en mi
vida que cuando vi la oportunidad, la tomé sin pensarlo. Yo había
perdido un hermano y Renata a su esposo.
No hablábamos mucho, pasábamos los días en
silencio, paseando por el departamento dentro de una burbuja, sin
creer lo que había sucedido. Hasta que una noche no pude más. Salí
en busca de mujeres y alcohol, pensé que me harían sentir mejor,
siempre funciona. Pero esta vez no. Me di cuenta de que no quería a
nadie más. Sólo podía pensar en Renata, sentía la responsabilidad
de estar con ella, como si al morir Raúl ella había pasado a mi
cuidado.
Regresé y la encontré en el piso, junto a una
caja que había estado llenando con las cosas de Raúl. Había
decidido vender el departamento, no quería vivir ahí sin Raúl.
Sostenía un CD de Ingrid Micaelson que le había regalado en un
cumpleaños. Raúl nunca se lo dijo, pero ella sabía que lo
odiaba. Claro que lo odiaba, mi hermano detestaba ese tipo de música,
yo había intentado convencerlo varias veces sin éxito. Tomé el CD
y lo puse. Saqué dos cervezas del refri y me senté junto a ella, y
por primera vez escuché lo que tenía que decir y me enamoré de
ella.
No éramos tan diferentes. Era una mujer
maravillosa, llena de secretos. Su sueño era ser pianista pero su
padre no lo permitió y la obligó a estudiar leyes. Dentro de esa
coraza rígida había un alma soñadora, y todo lo que odiaba de ella
en realidad me parecía dulce. La primera vez que la vi sonreír me
desarmé por completo. Entendí que por esa sonrisa haría cualquier
cosa.
Poco a poco lo días mejoraron, nos
acostumbramos a vivir juntos. Al principio ella estaba un poco
reacia, pero yo no tenía a dónde ir y ella no quería estar sola.
Por primera vez en mi vida me sentí bien. Había alguien en mi vida
y me gustaba. Debo admitir que me sentía un poco culpable, estaba
disfrutando de la vida que mi hermano no había tenido. Me consolé
pensando que tal vez Raúl estaría feliz por nosotros.
Tenía miedo, estaba casi seguro de que Renata
no sentía lo mismo. Creí que estaba soñando la noche que llegó
llorando a mi habitación. “¿Santiago?” No dijo más que
mi nombre, se metió en la cama, me abrazó y se quedó dormida. Un
par de horas después se despertó, pensó que yo dormía y me besó
la mejilla. “No me dejes” susurró y volvió a dormirse.
Renata y yo intentamos no dejar que el recuerdo
de Raúl se interpusiera, pero fue mas difícil de lo que pensé.
Renata no dejaba de compararme con él, insistía en que hiciera las
mismas cosas que Raúl hacía. Todos los martes tenía que llevarla
al Callejero y luego al cine, como hacían ellos antes. Intenté
cambiarlo, volverlo nuestro, ella no me dejó.
Cuando recibí la llamada ofreciéndome la
oportunidad de ser parte de un proyecto fotográfico en Argentina
pensé que sería lo mejor para Renata y para mí. Creí que
alejándonos un poco del fantasma de Raúl, tendríamos la
oportunidad de ser felices. Salir del departamento que habían
comprado juntos parecía un buen paso. Ella no lo vio así.
Me gritó durante una hora seguida,
insultándome, demandando una y otra vez por qué no era como Raúl,
él jamás le habría pedido que dejara su rutina. Renata no veía en
mi la oportunidad de un nuevo comienzo, veía la oportunidad de
recuperar a Raúl. Ella nunca me quiso, estaba enamorada de una idea,
de un fantasma. Lo dejó muy claro cuando dijo que deseaba que yo
hubiera muerto en lugar de él. En ese momento lo deseé también.
Intenté hablar con ella esta mañana, con la
esperanza de que hubiera cambiado de idea, pero no respondió. Dejé
un mensaje de voz. Me cuesta imaginar qué será mi vida sin ella.
Escucho su voz en mi cabeza. Es increíble lo rápido que llegué a
amarla. Fui un idiota. Ella jamás me iba a querer. Nadie me quiere
después de conocer a Raúl.
-Llegamos joven.
El taxista interrumpe mis pensamientos. Le pago
y camino hacia adentro. Saco el celular, con la intención de llamar
a Renata de nuevo. Aún hay tiempo.
-¡Killian!
Una pequeña niña grita a su perro. Se soltó,
pasa junto a mí y corre en dirección al estacionamiento. Corro tras
el perro, maldito perro, él corrió. Yo no soy tan rápido.
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