Thump…
thump… thump…
Uno
tras otro. Parezco robot. Hace tanto que no me importa. Perdí el
interés. Estoy harta de este lugar y no puedo irme. Es ridículo el
vínculo afectivo que generas a tu rutina. Debí haberme marchado
hace mucho tiempo. Y sin embargo sigo aquí. Acomodando libros,
quitándoles el polvo y devolviéndolos a los anaqueles. Al principio
creí que entre libros siempre estaría a salvo. Nunca imaginé que
mis mejores amigos me lastimarían.
Jamás
fui una mujer deslumbrante, es más, siempre he estado algo
regordeta. Nada en mí es fuera de lo común, ni extraordinario,
mucho menos exótico. Soy como una mancha en el pizarrón. Son pocos
los que en realidad se dan cuenta de que estoy ahí, y en realidad,
no me importa. Cuando empecé a trabajar aquí me sentí en casa por
primera vez en mucho tiempo. No tenia que sobresalir ni preocuparme
por encajar. Podía ser yo misma.
Toda
la vida fui niña de libros. Mi hermano menor me molestaba todo el
tiempo. “¿Otro más Emma? Ya deja tus libros y sal de la casa. Te
falta sol, pareces vampiro”. A él siempre le costó entender que
nunca renuncié a vivir, más bien decidí vivir muchas vidas a
través de los libros. Lo extraño. A veces hablamos pero nuestros
caminos tomaron direcciones diferentes. Nunca le pareció que me
conformara con un trabajo tan “mediocre” como lo llamaba.
Mi
vida aquí era interesante. Podía leer cualquier libro que quisiera,
pasaba horas recomendando historias a quienes preguntaban. Incluso
creé un sistema de orden, que me costó varios meses de trabajo.
Todo era perfecto. Y había días en los que solamente me sentaba en
el área de lectura a observar a los demás. Me encantaba ver los
libros que escogían. Cuando alguien leía uno de mis favoritos
inmediatamente me agradaba. Era como si el libro me recomendara a la
persona. Así fue como la conocí.
Una
tarde lluviosa de abril entró corriendo. Al bajar su capucha, el
cabello como fuego me cautivó. Jamás había visto alguien así.
Caminaba con seguridad, su presencia intimidaba. Me sonrió y sentí
algo que no había sentido jamás. Era esa sensación que tienes
cuando te quedas en casa en un día lluvioso con una taza de tu té
favorito, envuelta en una cobija. Me sentí en casa. A partir de ese
momento las cosas dieron un giro.
Ella regresaba todos los jueves y se sentaba
durante horas en la sala de lectura. Quería hablarle, pero el miedo
me paralizaba. Me faltaban las palabras y me sentía ridícula. Yo
sabía cuatro idiomas y no podía pensar en nada que decirle. Me
quedaba parada mirándola.
Un día se me acercó y susurro un “hola”. Me
invadió el mismo miedo que me helaba de niña, cuando iba al
supermercado con mi madre y ella desaparecía, dejándome sola en la
fila.
“¿Hola?” repitió.
Clavó su mirada en la mía. Sus ojos eran de un
verde intenso, parecido al color del musgo. Me sentí desnuda frente
a ella. No había nada que le pudiera ocultar. Me tomó un momento
recuperarme. Sonrió de nuevo y yo no podía entender qué de esa
mujer que me parecía tan fascinante. Charlamos por un rato. La gente
en la sala de lectura nos calló así que pedí permiso a Pepe, mi
jefe, y fuimos a tomar un café.
Había leído tantas historias de amor y soñado
tanto tiempo con encontrar a mi persona. Esa persona con la que
quieres compartir todo. Con la que no tuviera miedo de ser yo misma.
Ahora que lo pienso nunca me imaginé que sería otra mujer. Al
principio me negaba, pero con cada palabra caía más hondo.
Ella era perfecta. Escribía, tocaba el piano, le
gustaba el mismo estilo de libros que a mí. Teníamos opiniones
encontradas en la música pero eso la volvía aun más perfecta. Me
preguntó acerca de mi vida, fue la primera persona en años que
quería saber de mí y no solo de un libro de derecho penal o
psicoanálisis. Algo en ella me daba confianza. Me incitaba a seguir
hablando. Nuestra platica se convirtió en coqueteo, incluso yo que
siempre estuve negada para esas cosas pude darme cuenta de lo que
sucedía.
“¡¿Escribes?!” Con insistencia de niño
pidió que le mostrara lo que hacía. Jamás había enseñado a nadie
mis escritos. Eran cosas muy personales. Escribí mis fantasías más
obscuras y mis miedos más grandes. Pero no me importó. Sin pensarlo
la tome de la mano y la lleve hasta el archivo.
Ella no debía entrar. En el archivo teníamos los
ejemplares de ediciones especiales y también los antiguos. Solamente
Pepe y yo podíamos buscar los libros solicitados y sacar copias de
los capítulos pues los libros no podían salir. El archivo era mi
lugar favorito. El olor a libro viejo y humedad me ayudaba a
escribir. Estar rodeada por grandes escritores y libros cuyas
palabras no habían sido leídas en mucho tiempo me generaba
sensaciones diferentes al redactar mis historias.
Una vez dentro del archivo prendí una linterna.
Su semblante iluminado por la tenue luz era el de un ángel. Miraba
maravillada a su alrededor, acababa de encontrar un tesoro
inigualable. Recorrió cada pasillo en silencio. Ella descubría
libros y yo la descubría a ella.
Deje que mi mente vagara imaginando que eran mis
manos las que recorrían su cuerpo como lo hacían los rayos de luz.
Me encontré imaginando el sabor de su piel, deseando cosas que jamás
habían cruzado por mi mente. Me tomó por sorpresa cuando me abrazó
por la espalda y susurró un “gracias” seguido de un beso.
Era una completa extraña, tenía apenas horas de
conocerla. Estaba tan desesperada por amor que no me importó. La
besé y sentí fuego. El calor entre nosotras era intenso y la
adrenalina de lo prohibido alimentaba la flama. Me dejé llevar por
el momento. Tomé la decisión de vivir mi romance de novela. No
recuerdo mucho estaba intoxicada por su perfume. Sólo me acuerdo que
se sentía correcto.
Pasaron los días, ella y yo disfrutábamos de
cada momento que teníamos juntas. El archivo se volvió nuestro
lugar preferido. Compartíamos todo y hablaba con ella sin miedo a
que me rechazara. Seguíamos siendo desconocidas así que teníamos
mucho que descubrir la una de la otra. Estaba feliz. Flotaba en una
burbuja. Creí que al fin había encontrado mi historia.
Le enseñe todos y cada uno de mis escritos.
Incluso deje que leyera mi pequeña novela. Me dio sus comentarios y
me ayudó a mejorar mi escritura. Al final de la segunda semana yo
estaba completamente enamorada de ella. Que ridícula fui. Me
imaginaba viviendo en uno de mis libros, soñando despierta y amando
a una completa desconocida.
Una tarde, después de nuestro encuentro ocasional
en el archivo, se fue. Dijo que tenía una comida con su editor y que
regresaría mas tarde. Me beso y la vi salir por la puerta. Jamás
regresó. Intenté buscarla sin éxito. Esperé todos los días a que
volviera, pero cada día la desilusión era más grande.
Pase los peores dos meses de mi vida. Tratando de
entender que había hecho mal. Imaginando que algo malo le había
sucedido. Viendo mil posibilidades y viviendo cada una de ellas. Una
tarde, Pepe llegó con un cargamento de libros nuevos. Hablaba muy
emocionado sobre una nueva escritora que había logrado un
best-seller en días. Me entregó el libro. “Secretos”. Lo abrí
y leí:
“… Son tantas cosas que no puedo explicar,
algunas veces quisiera gritarlas al mundo, pero luego me da miedo.
Creo que el mundo no quiere escuchar lo que tengo que decir. En ese
momento vi mi oportunidad…”
Reconocí mis palabras al instante. Pasé las
páginas frenética, sentía que había caído en un pozo y no
encontraba la salida. Aturdida por lo que sucedía ni cuenta me di
del autor. En letras de fuego estaba grabado su nombre; Regina
Torres. Quería vivir una aventura de novela y mi novela se convirtió
en tragedia. La mujer a la que había amado, se había llevado todo.
No solo me rompió el corazón, robó mi trabajo.
Corrí a buscar los manuscritos. De alguna forma
tenía que comprobar que eso era mío. Por supuesto que los escritos
no estaban. Lloré. Robó todo lo que era, lo que tenía. Se llevó
mi vida. Me quedé tirada en el piso dejé que la oscuridad del
archivo me envolviera y no quería salir. Sentí todo lo que tenía
que sentir. Agoté mis emociones.
Hoy parezco un robot, acomodando libros en
anaqueles, quitando el polvo de las letras rojas que me recuerdan lo
que perdí, condenada a pasar el resto de mis días en esta obscura
biblioteca.