Devon,
Inglaterra.
Noviembre
1534.
Le
costaba respirar. Sentía el peso del aire a cada paso que daba.
Estaba escapando pero no sabía de qué, era cómo huir de un
recuerdo. Un reflejo llamó su atención, y pensó que ahí estaría
a salvo. Todo le daba vueltas, sentía nauseas de tanto correr.
Tropezó. Una aguda punzada le recorrió el cuerpo y sintió el calor
de su sangre escurrir por su pantorrilla. Cojeaba y el cansancio
terminó por tirarla. Ella no se rendía, se arrastró, podía sentir
aquella presencia cada vez más cerca.
Sabía
que si no llegaba a la luz pronto, tal vez no se salvaría. Por un
momento el bosque quedó en silencio, un silencio que sólo ella
podría notar, un silencio acompañado por la ausencia. Un alivio
inmenso se apoderó de ella: rió, lloró y creyó que la pesadilla
había terminado.
Un
rugido de viento surgió entre los árboles y pudo ver la silueta de
una mujer. Trató de levantarse, pisó en falso y golpeó su cabeza
con una roca al caer. Todo se volvió negro. A la mañana siguiente
encontraron su cuerpo junto al camino. Estaba maltratado. Sus
hermosos ojos cafés habían sido remplazados por agujeros negros.
Estaba descalza con los pies deshechos por la persecución. Tenía el
pecho desnudo y desgarrado. El corazón estaba tirado junto a ella.
Lilian
fue la tercera víctima del mes. Los aldeanos ya estaban asustados,
las mujeres tenían prohibido acercarse al bosque después del
anochecer, sobre todo las jóvenes. Nadie sabía quién o qué era
responsable de tales asesinatos.
***
“¿Quién
sería capaz de algo así? Sacar corazón de alguien es… es… No
puedo ni pensarlo. ¿Y tú me aseguras que es un oso? No, no. Esto es
algo más, escucha bien lo que te digo, esto es algo más”. El mes
no había terminado y ya había diez víctimas. Charlotte y Marion se
dirigían a la plaza.
“Estoy
de acuerdo, es extraño ¿pero de verdad crees que es brujería? Yo
no me atrevo a señalar a nadie Charlie, ¿tú sí?”. Todo el
pueblo estaba ahí, el alcalde se preparaba para dar un discurso.
“No
lo sé Marion, pero hay algo extraño y…”. Charlotte dejo la idea
al aire en el momento que el alcalde comenzó a hablar. Durante una
hora escucharon al pueblo acusarse de brujería, madres llorando a
sus hijas, padres y hermanos proponiendo cazar al responsable. Se
sentía el miedo en el ambiente. Anne, la hija del alcalde se acercó
a ellas.
“Nadie
puede matar tanta gente y seguir en el anonimato. Papá dice que es
una persona pero no quiere alarmar a los demás. Se rehúsa a aceptar
que es brujería, pero yo no encuentro otra explicación”.
“¿Tú
también? ¿Por qué insisten en la brujería? Saben, las brujas
tienen mejores usos para el corazón que simplemente dejarlo tirado,
en cambio los ojos…”.Charlotte y Anne se miraron extrañadas. La
hermana mayor de Marion había sido una de las primeras víctimas, y
sin embargo Marion parecía convencida de que la brujería no tenía
nada que ver. “Olvídenlo, no dije nada, tengo que irme”. Sin dar
más explicaciones Marion se marchó.
Marion
actuaba de una forma muy extraña. Charlotte intentó no pensar en
eso. Era Marion, la conocía bien, probablemente la muerte de su
hermana le había afectado más de lo que parecía. Se despidió de
Anne y continuó con su rutina.
Antes
de regresar a casa fue en busca de Marion. La encontró sentada en el
jardín leyendo un libro. “Hola”. Marion se asustó y cerró el
libro de golpe. “Charlie, hola, ¿qué haces aquí?”.
“Quise
pasar a ver cómo estabas, te veías un poco alterada en la plaza”.
“Ah,
si, eso… No es nada, es sólo que… Tú sabes, lo que pasó con
Lilian me dejó un poco… Bueno, no importa”.
Mientras
hablaba, Marion abrazaba el libro como si tuviese miedo de dejarlo
ir. Su mirada era recelosa, guardaba un secreto, un secreto pesado.
“Estoy
bien si eso te preocupaba. Tengo que irme. Y tu no deberías estar
afuera después del anochecer.”. Al levantarse, el libro cayó
abierto: símbolos extraños que Charlotte no entendía llenaban las
páginas y el texto estaba escrito en un idioma que no podía leer.
“¡No!”. Gritó Marion al ver que Charlotte intentaba levantar el
libro. “Perdona. Yo sólo…”. “Déjalo, no importa Marion. Me
voy a casa.”
Todo
tipo de dudas cruzaban por la mente de Charlotte. Trataba de
entender, no quería suponer que su amiga estaba en malos pasos, pero
cada vez que lo pensaba encontraba más razones para dudar de ella.
Escuchó un ruido afuera. Un sudor frío le recorría la frente
mientras se acercaba a la ventana.
Una
figura caminaba oculta en la oscuridad. Miraba sobre su hombro, como
si temiera que alguien la estuviera siguiendo. La luz de la luna
iluminó su rostro y Charlotte no lo podía creer. Marion caminaba
con cautela hacia el bosque. Cargaba algo que Charlotte no alcanzaba
a distinguir. Sintió el impulso de seguirla, pero el miedo la frenó.
Se acostó. El libro seguía intrigándola. Por alguna razón le
parecía similar pero no podía recordar por qué.
La
mañana siguiente un ajetreo la despertó. Todo el pueblo había
enloquecido. Escuchó a la vieja Isobel gritar “¡Bruja, bruja!”
entre la multitud. Tomó su capa y salió. Las manos le temblaban, no
sabía hacia dónde ir. La multitud la empujó hacia la plaza donde
vio a Marion atada.
El
miedo la paralizó. Sabía que iba a suceder y no había nada para
detenerlo. La actitud extraña, el libro con los símbolos, el paseo
de anoche, las mujeres desaparecidas. Todo, todo encajaba
perfectamente. Marion no era quien Charlotte había creído y el
pueblo la había descubierto.
Comenzó
el juicio público. “¡Yo la he escuchado cantar en lenguas
extrañas!”. “¡Asesinó a su hermana!”. “¡Bruja!”. Todos
los que alguna vez la habían llamado amiga ahora se turnaban para
lanzarle piedras. Charlotte estaba paralizada ante la escena, quería
creer que su amiga era inocente, que todo era un malentendido, pero
no tenía con qué defenderla y temía que al intentarlo la acusaran
a ella también.
Se
hizo a un lado y vio cómo golpeaban a su amiga. El juicio duró todo
el día, el padre de Marion trató de defender a la única hija que
le quedaba, pero, al igual que Charlotte, entendió que era un caso
perdido. Besó a su hija con ternura, como el primer beso que da un
padre a su hijo y desapareció entre la muchedumbre.
Al
caer la noche, dieron el veredicto: Marion moriría en la hoguera.
“¿Quieres ir a despedirte? Sé lo mucho que la querías. Te
acompaño”. Charlotte estaba tan perdida en la realidad que no
escuchó a Anne acercarse. Sin decir nada caminó hasta Marion.
Marion
apenas podía mantenerse de pie: la sangre escurría de sus labios,
aquella cara que una vez fue de ángel estaba destrozada. Charlotte
temblaba por lo sucedido, temblaba por lo que iba a suceder. Se
negaba a creerlo. “Charlotte, yo, te juro te juro que sólo
quería…”. Las palabras apenas eran audibles, balbuceaba tenía
muy pocas fuerzas. “… el responsable de la muerte de mi hermana”.
Lloraba, un llanto seco, una plegaria inaudible llenaba sus ojos.
“Amaba a Lilian”. Charlotte no pudo soportarlo más, quería
creer las palabras que escuchaba más que nada en ese momento.
“Ayúdame”, escuchó al darle la espalda.
Las
llamas iluminaron el cielo nocturno. El crujir de la madera pronto
ahogó los gritos y no quedó más que un olor a cabello quemado en
el aire. Charlotte y Anne vieron a su amiga arder. Lloraron por
Marion, lloraron por las mujeres muertas, lloraron por ellas. Porque
en ese momento, ambas sabían que ahora estaban a salvo.
***
A
la mañana siguiente encontraron a Anne junto al camino. Estaba
descalza con los pies deshechos por la persecución. Tenía el pecho
desnudo y desgarrado, le faltaba el corazón.
Charlotte
despertó con un ligero dolor de cabeza. Estaba en el suelo junto a
su cama. Se levantó despacio, todo daba vueltas. En sus manosnotó
algo extraño. Estabanmanchadas con algo rojizo, casi café.
Intrigada se examinó, no comprendía nada. Notó que su vestido
blanco estaba manchado también. Sobre la cama estaba aquel libro
extraño que ahora podía descifrar. Vio su reflejo en el espejo,
también su cara estaba manchada. Poco a poco la preocupación en sus
ojos se transformó en satisfacción, a la vez que una extraña
sonrisa se dibujaba en sus rojos labios. Entonces recordó. Se acordó
de todo. La persecución, el terror en la mirada de las chicas, la
repentina sensación de tranquilidad, seguida por la muerte. La
sonrisa se hizo aún más amplia, miró de nuevo sus manos y su ropa
y soltó una carcajada. Lástima.
Pensó mientras tomaba uno de los ojos. Una repentina oscuridad se
apoderó de ella y lo mordió.